Vivimos en un mundo en el que hay mucha presión para ser feliz. Nos cuesta mucho aceptar nuestras emociones o sentimientos «negativos» como una parte normal de la vida y de la existencia. Esta resistencia a aceptar y a vivir plenamente lo que nos toca vivir nos genera sufrimiento.
Por mucho empeño que le pongamos, las cosas no siempre salen como deseábamos. No podemos controlar todos los factores y, como humanos, a veces también nos equivocamos y no reaccionamos como nos hubiera gustado. Así que, nos guste o no, todos tenemos que aprender a relacionarnos con emociones desagradables como el miedo, la rabia, la tristeza o la culpa.
¿Por qué nos cuesta tanto aceptar estas emociones?
Desde que somos pequeños escuchamos que no debemos tener esos sentimientos. Las personas que nos quieren no quieren vernos sufrir, les cuesta convivir con esas emociones «negativas», escucharlas y aceptarlas. Rápidamente nos las quieren quitar, antes de que nos hayamos podido desahogar, comprender lo que nos afecta y expresar lo que sentimos. Seguramente te suenen frases como «no digas bobadas», «no pienses en eso», «no es para tanto», «no tienes que tener miedo» o «lo que tienes que hacer es dejarte de tonterías»
Estos mensajes suelen enseñarnos a reprimir la emoción. Es muy posible que tratemos de no hacer caso de esas emociones, porque «no son correctas». Pero esto no hace que desaparezcan, solo hace que no las escuchemos. El problema es que solo escuchándolas y gestionándolas podemos entender lo que nos pasa y encontrar una solución a nuestras necesidades. Aunque nos intentemos distanciar de estas emociones, ellas nos perseguirán hasta que sean escuchadas.
«La distancia genera incomprensión y la incomprensión genera sufrimiento.»
Puede que hayamos aprendido a estar ocupados, ignorando estas emociones, y haciendo lo que se espera de nosotros. Pero ¿qué hacer cuando bajan nuestras defensas y nos las encontramos en lo más profundo de nuestro ser? ¿Qué hacer cuando ya no podemos seguir negándonos? ¿Qué hacemos ante el terrible contacto con nosotros mismos, con nuestra parte vulnerable?
Hemos aprendido que eso es inaceptable y que de eso no se habla, así que probablemente nos sentiremos solos ante esos sentimientos y mal con nosotros mismos, entrando en una espiral negativa de autocrítica y autodestrucción: «me siento mal porque estoy mal». Esto puede llegar a afectar a nuestro autoconcepto haciendo esos sentimientos más grandes, sobrecogedores e inconfesables. Ya no es que tenga un sentimiento porque una situación me ha afectado o porque tengo algo que solucionar, ahora puede que yo sea el problema y que aparezcan pensamientos como estos: «no debería ser así», «no debería sentirme así», «nadie puede quererme así», «así no puedo aportar nada a nadie» «se darán cuenta de que no puedo» «solo soy una carga»…
Si no conseguimos racionalizar estas ideas extremas, irreales e incapacitantes que nos hemos llegado a creer, los problemas se hacen crónicos. Puede que nos cueste pensar, concentrarnos, que nos sintamos inseguros o que no confiemos en nuestra capacidad, sintiéndonos paralizados.
Muchos problemas psicológicos vienen de estos dos intentos de encontrar una solución a nuestra «inadecuación». Por un lado intentar huir a toda costa de nuestras emociones y del sufrimiento a través del trabajo excesivo, las drogas, la comida, comprar compulsivamente, procurar estar siempre atareados… Y por otro lado, intentar hacer frente al problema a través de la sobreimplicación emocional. En este caso magnificamos nuestras sentimientos y nuestra culpa, sin ser proactivos, solo hundiéndonos y castigándonos más y más. Esto es muy doloroso y destructivo, y el temor más grande de aquellos que han aprendido a huir para protegerse.
Ninguna de estas dos «soluciones» ayuda a gestionar nuestro malestar y a encontrar la paz interior. Nos llevan, o bien a revolcarnos en el estiércol emocional, o bien a distraernos de un malestar que no se va, solo se camufla.
¿Entonces, qué hacer? ¿Qué es lo que nos ayuda a estar con nuestras emociones y a manejarlas?
ACEPTAR. Aceptar que las cosas nos afectan, aceptar lo que nos ocurre, aceptar nuestra humanidad y nuestras emociones. Tienes derecho a sentir rabia, pena, disgusto o enfado. Estas son emociones normales, es más, son inevitables y han aparecido por alguna razón.
Sentir está bien. Nuestros sentimientos nos dan información sobre lo que pasa en nuestras vidas, lo que necesitamos o lo que es importante para nosotros. Nuestros sentimientos simplemente nos dicen que tenemos algo que resolver.
Cuando escuchas lo que te pasa, lo comprendes y lo aceptas, gran parte del dolor desaparece. Aprendemos a vivir con nuestras emociones y con nuestros errores de una forma proactiva: reconociendo, aprendiendo de nuestras equivocaciones y enfocándonos en nuestros valores y objetivos. Sabiendo que podemos tomar decisiones, que somos capaces de pensar y de enfrentarnos al mundo.
Algunas veces tenemos que cambiar algo en nuestra vida o nuestra situación. Otras veces quizá el problema no está en la situación, sino en cómo la estamos viviendo, en cómo estamos interpretando lo que nos pasa. Tendemos a ver las cosas de un modo catastrófico y autocrítico, centrándonos en lo negativo y anticipando lo peor. Esto con frecuencia es exagerado e irreal. A veces tenemos que observar si nuestros pensamientos son objetivos, si se pueden ver las cosas de otra manera o si hay otras alternativas a la catástrofe universal. Incluso en el peor de los casos, somos capaces de soportar más de lo que creemos, no somos tan frágiles.
Si vemos que estamos atascados en una emoción, quizá sea necesario pedir ayuda. A veces compartirlo ayuda a verlo de otro modo y tomar perspectiva. También el hecho de ser aceptados como somos nos ayuda a aceptarnos.
Reconocer nuestros sentimientos no significa dejarnos llevar por ellos, sino todo lo contrario. Significa reconocer la realidad, y nos predispone a actuar conforme a lo que hay, de forma consciente y orientándonos por nuestros valores en lugar de dejarnos arrastrar por un sentimiento que no queremos reconocer ,pero que se filtra y que no podemos disimular.
Reconocer nuestros sentimientos significa vivir con autenticidad, responsabilizándonos de lo que sentimos, lo que nos toca vivir y actuando en consecuencia.